LA MIRADA INOCENTE
Jean Klein
La Mirada Inocente, Jean Klein
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PROLOGO
Parece razonable pensar que el prólogo a un texto de quien, como Jean Klein, es es-
casamente conocido en nuestro país, debería comenzar por recoger las habituales refe-
rencias biográficas al uso.
En una ocasión, alguien le formuló la pregunta: “¿Quién eres tú, Jean Klein?” A lo
que el maestro, con la precisión y austeridad de lenguaje que le caracterizan, respondió:
“Nadie”.
Así pues, esta respuesta nos exime de la tarea por otra parte, dudosamente útil
de concatenar las citadas referencias, pues quien no es nadie, obviamente, carece de
biografía.
En cualquier caso, habría que señalar que tal respuesta no debe ser entendida como
ejercicio de modestia ni tampoco como un golpe de efecto con pretensiones pedagógicas
más o menos indirectas. A la luz de su enseñanza, sólo cabe pensar que Jean Klein res-
pondió pura y simplemente lo único que podía responder: la verdad. Si bien desde la
limitada y deformadora perspectiva de lo fenoménico existe, ciertamente, un ser huma-
no que responde por tal nombre, en el nivel de lo esencial “…liberado de la ilusión de
ser persona, sólo queda la plenitud”.
La mirada inocente es una recopilación de diálogos mantenidos en diversos lugares
con distintos grupos de interlocutores que formulan preguntas de diverso cariz. Para que
la lectura del texto que viene a continuación, pueda cumplir la función que por su natu-
raleza le es inherente o dicho de otra forma, para que resulte realmente provechosa
habrá que tener en cuenta que Jean Klein no expresa aquí nada semejante a lo que sue-
len denominarse “opiniones personales”, que, por otra parte y vengan de donde vengan,
ninguna relevancia tienen en el ámbito del Conocimiento.
Jean Klein no opina; sabe y cuenta lo que sabe, o, mejor dicho, se constituye en cau-
ce a través del cual se expresa la sabiduría intemporal de la tradición del “no-dualismo”
o, por utilizar el término sánskrito ya que Klein parece manifestar una particular afi-
nidad con el Hinduísmo del Vedanta Advaita, si bien el “no-dualismo” es siempre y
en todas partes esencialmente el mismo, sean cuales fueren los peculiares elementos
tradicionales de que pueda revestirse a la hora de expresarse.
Deberá también tenerse en cuenta que Jean Klein no ofrece “información” en el sen-
tido habitual del término. A diferencia de la pregunta, que surge siempre del conflicto,
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es decir, de la dualidad, la respuesta, teniendo por origen el Silencio, se sitúa en un pla-
no distinto y no tiene por objetivo la resolución conceptual del contenido verbal de la
pregunta, sino más bien la incidencia directa en el conflicto que le subyace y genera.
Puede ser que estas circunstancias dificulten en ocasiones la percepción del vínculo
existente entre pregunta y respuesta; pues tal vínculo tanto por razones pedagógicas
como a causa de la disparidad de planos en que pregunta y respuesta se localizan no
siempre será susceptible de ser acomodado en el orden lógico de la razón; y, desde lue-
go, nada más lejano a la enseñanza de Klein que el propósito de tal acomodación.
Klein insiste en ello repetidas veces: “No se puede contestar a la pregunta desde el
nivel de su formulación, pues la respuesta apunta siempre hacia la verdad y, en conse-
cuencia, no se encuentra en el mismo plano que la pregunta… La respuesta aquí es
sugerida; muy a menudo es incompleta, nunca está limitada y siempre obliga a desarro-
llarla a quien hace la pregunta… pero no hay que tratar de comprenderla utilizando
otras respuestas como referencia”. Y a la impugnación “Considero que no ha respondi-
do usted a mi pregunta”, contesta: “No puedo responder a tu pregunta porque tomas mi
respuesta en un plano conceptual en lugar de vivir la experiencia que te propongo. Mi
respuesta está dirigida a conducirte a una actitud interior de dejar-hacer en la que
estás obligado a abandonar toda formulación y a quedar tranquilo, a la escucha”.
No les será imposible a las mentes hipercríticas encontrar supuestas incoherencias o
contradicciones en las palabras de Klein. Es casi innecesario señalar que tales contradic-
ciones no van más allá de la apariencia, estando motivadas en ocasiones por el carácter
individual y específico de su destinatario no a todos tiene por qué convenir idéntica
enseñanza o por las limitaciones inherentes a la propia estructura del lenguaje. Desde
una perspectiva más sintética que analítica, tales diferencias, cobrando su verdadero
valor, se integran armónicamente en una síntesis unitaria.
Ante una respuesta que surge del Silencio y apunta hacia el Silencio, vano será tratar
de encerrarla en el estrecho marco de los esquemas conceptuales propios de la razón
discursiva. Las palabras de Klein no deben ser interpretadas ni almacenadas en el de-
pósito sin fondo de la memoria, sino escuchadas, escuchadas desde el silencio de la
meditación.
Puede por tanto decirse que no es este un libro para ser leído, en el sentido habitual
de la palabra, sino más bien para servir de soporte a la meditación. La enseñanza de
Klein es de orden esencialmente práctico; es un maestro que muestra al que escucha la
perspectiva justa en el instante único del presente, proyectando, por decirlo así, una co-
rriente energética que, adecuadamente recibida, se transformará en silencio en su inter-
ior.
La voz de Klein es la voz del Silencio. Escuchemos.
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CRET-BERARD
Hay que admitir en la práctica la posibilidad de una conciencia sin objeto. Por lo
general, sólo conocemos la conciencia en su relación con los objetos. En realidad, es la
conciencia la que ilumina los objetos. En ella aparecen los pensamientos, las emocio-
nes, las sensaciones, como un despliegue de energía; y en ella, también, mueren. Cuan-
do el objeto muere, no tenemos ya más conciencia de él, pero la conciencia permanece.
Los intervalos entre los pensamientos y entre las percepciones son habitualmente
considerados como un vacío. El sueño también es contemplado como una relación suje-
to-objeto y al no experimentarse en él conciencia alguna de un objeto, se concluye que
constituye un estado sin conciencia. Sí, por el contrario, se admite la existencia de una
conciencia autónoma, se advertirá que los objetos aparecen de una manera discontinua
y que esta discontinuidad está originada por una continuidad: la conciencia. Es enton-
ces cuando es posible vivir la conciencia sin presencia de objeto.
En este sentido, debe aceptarse en la meditación cualquier percepción que se pre-
sente, sea ésta cual fuere. Gracias a esta aceptación sin reservas la percepción se des-
vanecerá, antes o después, de forma natural en la conciencia. Si se hace de la medita-
ción una disciplina cuyo objetivo sea integrar, por medio de un esfuerzo de la voluntad,
un estado de conciencia sin pensamiento, se podrá alcanzar ese estado, pero se habrá
generado un nuevo dinamismo: el pensamiento rechazado violentamente permanecerá a
la espera, dispuesto a resurgir incluso con mayor energía.
Hay momentos en que estamos efectivamente sin percepción. Pero no estamos habi-
tuados a gustar de ese estado. Creamos constantemente situaciones, objetos, a fin de
poder encontrarnos en algo. Cuando fortuitamente vivimos la experiencia de un estado
de conciencia sin objeto, tenemos la tendencia a vivirlo como una privación, como si
fuera una pantalla sin imágenes. Si se acepta en la práctica la posibilidad de una con-
ciencia autónoma, se produce un soltar con respecto a esta tendencia a crear conti-
nuamente una relación sujeto-objeto; el sujeto queda completamente reabsorbido, pues
su existencia está condicionada por la existencia de objeto. Se trata en realidad de una
vivencia donde no hay nadie que contemple ni nada contemplado.
Este no-estado se producirá esporádicamente; más adelante se presentará con ma-
yor frecuencia, en particular en la meditación; después, lo viviréis también en presen-
cia de los objetos. La ausencia de objeto es, quizás, menos frecuente que su presencia,